REDACCIÓN: El Mundo
Un año más, instalado en una feliz costumbre, Rafael Nadal se hizo con el título de Roland Garros, el duodécimo. Se dice pronto, 12 victorias en París, justo el doble que Bjorn Borg, cuya secuencia en su momento se adivinaba difícil de emular, y ya 18 grandes, a sólo dos de Roger Federer, la distancia más corta adquirida nunca en la persecución del suizo.
El español ha convertido lo excepcional en cotidiano. Con su victoria frente a Dominic Thiem por 6-3, 5-7, 6-1 y 6-1, en tres horas y un minuto, revalida el éxito conseguido hace un año ante el mismo rival y se fortalece como el indiscutible amo de la arcilla, donde juega mejor que nunca, con todo lo que eso supone. En el haber de Thiem, convertirse en el primer tenista que le gana un set en la final desde que lo consiguió Djokovic en 2014. Escaso consuelo ante la lícita pretensión del triunfo.
Otra vez tumbado sobre la arena, el rostro compungido de emoción y los brazos después en alto. Otra vez mirando, aún con los ojos cerrados, al cielo de París. En una temporada que pintaba peor que otras, con tres semifinales en la gira europea de tierra antes de dar un salto cualitativo con el título de Roma, el español demuestra una vez más que, recién cumplidos los 33 años, su tenis sobre arcilla no admite oposición. Tampoco Thiem, que se había ganado por derecho la nominación como más firme alternativa, acabó de plantarle cara. Son 82 títulos, 59 de ellos en su territorio fetiche, y una autoridad que cuestiona la percusión del tiempo.
Thiem presentó una propuesta solvente en el inicio y consiguió el break en el quinto juego, pero terminó arrasado por la lección táctica y el festival de juego del español. Después de un camino diáfano hasta la final, con dos rivales de la previa en las rondas iniciales y Federer como enemigo de mayor rango, ya en las semifinales, Nadal se vio obligado a correr como no lo había hecho a lo largo del torneo. El austriaco le empujaba hacia atrás con sus tiros liftados, tanto de derecha como de revés, y resistía su ritmo de pelota. La grada asistía con pasión al mejor partido posible sobre tierra batida, si nos atenemos a los cánones de esta superficie. El aspirante, el hombre llamado a suceder a Nadal en su templo sagrado, se rebelaba contra el dictamen unánime que apenas le concedía opciones de victoria.
Incluso después de entregar de inmediato, en un juego horrible, la valiosa conquista de la rotura, con 4-4 volvió a contar con una pelota de break, esta vez insatisfecha.
Nadal, que interpreta como pocos los partidos, restó velocidad a la pelota y puso en práctica cambios de altura, evitando confrontar todo el tiempo con el plomo que ponía Thiem en cada envío. Después de jugar cuatro días consecutivos y de someterse a un sobreesfuerzo físico y mental en el encuentro de semifinales con Djokovic, que concluyó más allá de las cuatro de la tarde del sábado, el austriaco seguía vivo, dispuesto a reivindicar sus cuatro victorias ante Nadal, la más reciente en las semifinales del Conde de Godó, y la colosal oposición presentada en los cuartos de final del último Abierto de Estados Unidos, donde remó hasta el desempate del quinto.
Era difícil que pudiera sostenerse con esa intensidad, capaz de sofocar a un Nadal que, no obstante, rompió de nuevo en el octavo juego y se llevó el primer parcial. Si desde el box del español se celebró con particular júbilo que sostuviera su saque en el sexto juego, en el de su adversario no cesaban los ánimos, con su entrenador, Nicolás Massú, encorajinándole con ardor latino en cada punto. Su novia, la francesa Kristina Mladenovic, que por la mañana ganó el título en dobles, se sumaba al respaldo.
En el segundo, distinto, con menos intercambios, Thiem llegó hasta la orilla con la finura para aprovechar en el decimosegundo juego la primera oportunidad de llevárselo. Nadal exige una constancia franciscana y, lejos de acusar el golpe, salió como un tiro en el tercer parcial, con dos roturas consecutivas. Un descuido ante él y te devuelve sin piedad a la casilla de salida. Un punto sumó el austriaco en los cuatro primeros juegos del tercero. Thiem, número cuatro del mundo, campeón esta temporada en Indian Wells y Barcelona, pagó un altísimo precio por la recompensa parcial. Lo intentó, con una actitud ejemplar y algún leve asomo de que mantenía las constantes vitales, pero poco más pudo responder, disuelto entre el contundente repertorio de golpes de Nadal, cuyo revés volvió a ser mucho más que un complemento en la culminación de otro formidable episodio en su asombrosa biografía.