ONCES DEL AÑO: Otros Deportes (Posición 11)
Nico Rosberg rompió al fin el doble maleficio que parecía perseguirle desde que el gran público descubrió que iba a debutar en la Fórmula 1. Pronto salieron los oportunistas que detectaron en él el típico caso del hijo del campeón, que saca tajada del nombre y los contactos de su padre, para ir abriéndose puertas más rápido.
De la mano de estos también aparecieron los visionarios que vaticinaron que nunca llegaría a emular a Keke, que se impuso en 1982 al volante de un Williams. Pues bien, después de once temporadas y tras haberse pasado cuatro en el purgatorio de Williams (de 2006 a 2009), este alemán de 31 años, tan exquisito en sus modales que a veces adolece de artificialidad, ha convertido en papel mojado todos esos tópicos que se dijeron y se escribieron sobre él.
Desde este domingo, Rosberg ya no es solo un corredor con un apellido ilustre sino que figura en de la selecta lista de campeones del certamen más exclusivo, elitista y politizado de la historia del automovilismo. La corona que se ha encasquetado esta tarde en Abu Dabi les convierte a él y a su padre en la segunda pareja capaz de celebrar el alirón, después de la que formaron los Hill, campeones en 1962 y 1968 (Graham) y en 1996 (Damon).
Dicen que los hitos que se consiguen en el deporte deben medirse en función de la calidad de los adversarios, y es precisamente ese baremo el que le otorga a este título un valor tremendo, incontestable. La combinación que forman Lewis Hamilton y su Mercedes llevaba paseándose los dos últimos cursos y parecía que no iba a haber dos sin tres.
El británico, por carácter y ambición, se convirtió en punta de lanza de la escudería de Brackley (Gran Bretaña), mientras que su vecino de taller, mucho más discreto en todos los sentidos, se limitó a aguantar y esperar.
Su momento llegó este año, en el que aprovechó la inercia del último tramo del anterior para encadenar cuatro victorias del tirón, una secuencia que pilló a trasmano a su compañero. A partir de entonces, Rosberg supo resistir el contraataques de su rival cuando este se revolvió con fuerza –seis triunfos en siete grandes premios entre Mónaco y Alemania–, para después asestarle la puntilla y prepararse el terreno para depender de sí mismo. Llegados a ese punto, de nada sirvió el último empujón de Hamilton, que ni siquiera llevándose las últimas cuatro carreras pudo celebrar su cuarto Mundial, por más que a fin de cuentas acumule una victoria más (10) que su amigo de la infancia (nueve).
SU RETIRO
Todos aquellos que en alguna ocasión cuestionaron la valentía de Nico Rosberg deben llevar una semana alucinando, después de que el alemán se encasquetara el domingo pasado su primera corona de campeón del mundo, y de que ayer anunciara sin que nadie lo viera venir que a sus 31 años se retira de las carreras.
En cinco días, Rosberg ha demostrado más grandeza que la mayoría de sus rivales: fue lograr el objetivo que monopolizó su vida y zanjar ese capítulo dando un portazo de campeonato. Un gesto que retrata perfectamente el carácter de alguien que no tenía intención alguna de prolongar su exposición pública después de haber sido padre, ni de sobrellevar la presión que supone ese escaparate permanente, básicamente porque no lo necesita.