REDACCIÓN: La Nación
Con el triunfo de Los Pumas ante los All Blacks, el deporte argentino escribe otra de sus páginas de oro. Tal como Brasil en fútbol o el equipo estadounidense de básquetbol plagado de estrellas de la NBA, los hombres de negro parecían imbatibles.
La Argentina, sin embargo, pudo con ellos como antes había podido con brasileños y norteamericanos. Sólo dos países habían conseguido algo semejante, es decir vencer a la triple corona de la elite: Francia y Australia.
La Argentina no es un país desarrollado ni tiene las posibilidades económicas o la infraestructura con la que cuentan franceses y australianos.
Sin embargo, y más allá de que la primera victoria en fútbol contra Brasil haya llegado en el primer enfrentamiento entre ambos (un amistoso en Buenos Aires en 1914), tanto los Pumas como el equipo de la Generación Dorada dejan una enseñanza: suplir con valores colectivos las carencias individuales. Porque tanto unos como otros eran menos, individualmente, que sus rivales de la NBA o de los All Blacks.
Pablo Matera, capitán Puma, puso en palabras la argentinidad tras hacer historia en Sydney ante los hombres de negro. “Es un gran día para el rugby argentino hoy. Todo es duro en Argentina. Tenemos que mostrarle a nuestra gente que hay que luchar, que hay que trabajar duramente”.
Traducido: los 33 enfrentamientos anteriores (32 derrotas y apenas un empate) frente a los All Blacks sirvieron de enseñanza. Para mejorar. Para seguir trabajando. Para proyectar. De eso, en definitiva, se trata el deporte argentino. Más aún, en un año golpeado por el coronavirus, que cacheteó a los propios Pumas al comienzo de su preparación.
El primer triunfo ante los NBA llegó en 2002, durante el mundial disputado en Indianápolis en el que la Argentina consiguió el subcampeonato. El mundo descubrió en ese torneo a un equipo que no tenía estrellas rutlantes ni súper-atletas, pero que se sacrificaba en pos de un objetivo común. Aquél fue el primer gran torneo de Emanuel Ginóbili, que ya había sido seleccionado por San Antonio.
El éxito ante los NBA terminó de convencer a los integrantes de la Generación Dorada de que una medalla olímpica no era un sueño sino un objetivo alcanzable. Ese subcampeonato mundial de 2002 fue el germen de lo que se conseguiría dos años después en Atenas 2004: el oro en el país donde nacieron los Juegos Olímpicos.
Es cierto que el partido de Los Pumas se da en circunstancias excepcionales: luego de un brote de coronavirus, tras más de un año sin jugar y frente a un equipo neocelandés que, si bien puso lo mejor que tenía a disposición, venía de una derrota con Australia. Los argentinos tenían que aprovechar esa vulnerabilidad y por eso se convencieron desde la misma entrada en calor de que hoy era “el” partido.
Es el mismo convencimiento de la selección de fútbol que dirigía Bilardo. O la de básquet de Rubén Magnano, Julio Lamas o Sergio Hernández. Pese a sus limitaciones, el deporte argentino aporta talento de clase mundial. Sin embargo, las páginas más gloriosas las escriben cuando se enfundan la camiseta celeste y blanca. El rugby, como el fútbol o el básquet hace unos años, volvió a demostrar que para los equipos argentinos no hay imposibles.