REDACCIÓN: ABC
Es número 1 y como tal dio una lección. Paciencia, gestión de las emociones, lectura del partido, templanza y un servicio descomunal. Novak Djokovic acabó por desesperar al desesperante Daniil Medvedev en una hora y 53 minutos para sumar su noveno título en Australia, tercero consecutivo, y sumar su décimo octavo Grand Slam.
El serbio no se ha escondido nunca. Sí le preocupan los números, sí juega por la historia, sí quiere superar, y cuanto antes mejor, a Rafael Nadal y a Roger Federer con el número de Grand Slams. Y es en Australia donde se recrea, mientras el suizo, ausente, reina en Wimbledon, y Nadal, derrotado en cuartos, es inexpugnable en Roland Garros. Disipadas las dudas sobre su salud, que parecían condicionar su capacidad en Melbourne, todo se desvaneció cuando olió ya las rondas donde podría confirmarse no solo como número 1 sino como el único que podrá anular los registros de sus máximos rivales de la historia.
Porque los jóvenes todavía no están. Tsitsipas hizo la proeza de levantar dos sets a Nadal y acabó agotado en manos de Medvedev. Y el ruso, que llegaba con números que asustaban: 20 victorias consecutivas, tres de los últimos cuatro choques ganados al serbio, tan incómodo siempre porque su juego acaba por desesperar al rival, se vio enredado en su propia medicina: fundido, destrozado, tan al límite que pagó con la raqueta la provocación con la que jugó el balcánico.
Djokovic es número 1 sin discusión desde febrero de 2020, y llegará al récord de 311 semanas a mitad de marzo, porque lee las fases del juego con absoluta claridad. Necesitaba no dejarse embaucar por este tenis ilegible y destartalado del ruso. Y metió una marcha más al inicio, 3-0 en solo ocho minutos. Es verdad que Medvedev se despejó los nervios, y sacó a pasear su revés impecable. Desbarató el ciclón Djokovic del principio y obligó al serbio a cambiar la estrategia después de empatar a 3 y ponerse en situación de llevar la primera manga al tie break.
Pero allí, el número 1, que en cuestión de experiencia en grandes finales sabe un rato, (esta era la 28, igual que Nadal, y a solo tres de Federer) observó que no era capaz de desbordar al ruso desde el fondo de pista y cambió el plan: por momentos dejó que su rival tomara el control del punto, el ataque, las ideas. Y se dedicó a poner siempre una pelota más en juego. Allí encontró la fórmula para que el desesperante jugador ruso acabara desesperado.
Tan inexperto el cuatro del mundo que su saque, uno de sus valores más preciados, le traicionó cuando sacaba para el 6-6. Y a partir de ahí, el ruso entró en una vorágine de desconcierto y descontrol, desatados sus errores porque Djokovic, muy bien plantado y sin salirse de la estrategia de juego, siempre estaba ahí para devolver esa pelota de más. Y si el ruso lograba alguna rendija por la que colarse al resto, el saque del número 1 lo sacaba del apuro.
Cuanto más paciente uno, más rápido el otro, tan al límite que prefería no pensar ni siquiera en los servicios. Si no había perdido más que uno en todo el torneo, Medvedev acumuló 7 breaks en esta final de menos de dos horas. Si en todo el torneo apenas había dado alguna pista de sus sensaciones, su cara delató su malestar en cada punto. Raqueta destrozada incluida. Preguntas al palco. Imposibilidad de encontrar de nuevo su tempo. Desesperado. Sin argumentos ante un Djokovic que se iba creciendo. 6-2 en el segundo y 4-1 en el tercero en un abrir y cerrar de ojos.
Solo entonces encontró Medvedev algo de paz, de contención por fin en sus golpes, espoleando a la grada, claramente inclinada en su contra. Duró un suspiro, una derecha infalible de Djokovic a la línea y otro gran punto largo y paciente para poner el 5-2. Los últimos metros para alcanzar la gloria y un Everest imposible para Medvedev.
Justo antes de sentarse en el banco para restar para ganar, Djokovic daba la respuesta de por qué es número 1, de por qué lleva nueve títulos en Australia, tercero consecutivo y de por qué ya son 18 Grand Slams con los que acechar a Nadal y Federer: dedo índice a la sien. Cabeza, cabeza y cabeza. Y aunque a veces también se le vaya al serbio, lleva ya años demostrando que es capaz de adaptarse a cualquier rival para imponer su juego, su calidad y su ambición. Y las tres están a un nivel altísimo, superior. Lección de número 1.