Fue una despedida cruel e inimaginable. El hombre más rápido de la historia de la humanidad cruzando la meta cojo, cabizbajo, con su séquito de velocistas detrás como un ejército derrotado. En realidad escenificaba eso: la derrota de un imperio, el de la velocidad jamaicana, que se va de vacío de los Mundiales de Londres en el sector que han dominado con puño de acero en todo el siglo. Ninguno de los títulos de 100, 200 y relevo 4×100 fueron a la isla del Caribe. El golpe es considerable.
Bolt cogió el testigo de manos de Yohan Blake cuando el hundimiento de Jamaica se adivinaba en el Olímpico de Londres. Iba tercero, con la sorprendente Gran Bretaña, oro al final (37.47) y Estados Unidos, que corría en la calle 4, pegada a la de Bolt, en segunda posición. El gigante jamaicano agarró el hierro e inició lo que parecía una progresión. Por mucha distancia que tenía que recortar todo era posible.
Comenzó a mover sus largas piernas, las que han reordenado los conceptos de la velocidad mundial (41 zancadas donde los demás dan 44, apenas fricción con el suelo…), una, dos, tres… Pero a la 20, algo falló. Dio la sensación de un tirón y algo se descontroló en la máquina. Un ¡ooooh! se escuchó en todo el estadio, que apenas vio de soslayo como su relevo ganaba el oro. EE.UU (37.52) fue plata y Japón (38.04), bronce.
Salieron las asistencias y una silla de ruedas. Pero Usain se negó a abandonar así el campo de batalla que le ha dado 11 medallas mundialistas y ocho olímpicas. Se levantó y caminó con la mirada en el horizonte hacia una meta que era la última. No le dolía la pierna, le dolía el alma.
VÍDEO
La impactante lesión de Usain Bolt en su última carrera, retratada en imágenes. Una secuencia para el olvido del atleta más recordado. pic.twitter.com/04RYhxGl17
— SportsCenter (@SC_ESPN) 12 de agosto de 2017
Bolt había preparado una despedida distinta a todas las demás. Corrió las series por la mañana, algo que nunca había hecho con anterioridad desde que se alineó por primera vez en un 4×100 jamaicano en los Juegos de Pekín de 2008, el oro olímpico del que fue luego desposeído por el positivo de Nesta Carter. Y en ese mañana, fría como todas las que se han vivido en el Estadio Olímpico de Londres, lo que ha lastrado las marcas de la velocidad, se adivinó que Estados Unidos, con Rodgers, Gatlin, Lee y Coleman ((37.70) sería un feroz enemigo. Habían batido por seis centésimas a Gran Bretaña, que no parecía un pretendiente al oro.
Bolt se cruzó en la cámara de llamadas con Mo Farah. La última vez que coincidieron ante las cámaras, en Río 2016, Bolt en el podio hizo el gesto del corazón con los brazos tipo del inglés y este su celebración cotidiana del rayo, en una foto que ya se había visto en Londres. Sin embargo, esta vez no estaban para bromas. El fondista acababa de perder el oro en 5.000 metros, Bolt estaba más tenso de lo cotidiano.
El atletismo despide a un deportista distinto. Al primero de su estirpe que se ha introducido en la lista Forbes de deportistas, repleta de futbolistas, tenistas, golfistas y del deporte americano. Gana 24 millones de dólares al año. Además de implantar unos récords siderales (9.58 y 19.19) ha convertido a la velocidad en un espectáculo. Sus carreras duran instantes, sus celebraciones y su show se prolongan media hora. Es capaz de atender una por una a 40 televisiones acreditadas, como ocurrió en los Juegos de Río, y dedicarles un espacio personalizado a cada una. Su vacío es enorme. No se adivina nadie a medio plazo que pueda darle tanta visibilidad al atletismo. Se avecinan tiempos duros para el deporte de Sebastian Coe.