REDACCIÓN: ESPN Deportes
“Digan lo que digan y publiquen lo que publiquen, soy jugador del Barcelona y el día 24 estaré en el Camp Nou con mi equipo”. La frase, rotunda, la pronunció Luis Figo el doce de julio de 2000, durante una entrevista al diario Sport en la isla de Cerdeña, donde pasaba sus vacaciones junto a su familia y cuando su posible marcha al Real Madrid se había convertido en la bomba del verano. ¿Del verano? Probablemente de los últimos cincuenta años.
Capitán del Barça, ídolo indiscutible de la afición azulgrana y personaje especialmente estimado a todos los niveles alrededor del Camp Nou, era absolutamente impensable que Figo se dejara deslumbrar por cualquier oferta y menos aún si esta procedía del Real Madrid. Su relación con el presidente del Barça, Josep Lluís Núñez, era más que tirante pero a pesar de ello el barcelonismo creía en él, en su fidelidad y, por fin, en su palabra.
Pero ya existía la sospecha de que no era dueño de su destino y en cuanto Florentino Pérez, contra todo lo esperado, ganó las elecciones a la presidencia del Real Madrid se consumó lo que en Barcelona se conoció, se conoce aún, como la mayor traición de la historia del deporte.
Tal es así que mientras futbolistas como Schuster o Laudrup, que también dejaron el Barça para pasarse al enemigo, lograron con el paso de los años una suerte de perdón de los hinchas, la herida de Figo, al cabo de veinte años, sigue sin cicatrizar. Quienes lo vivieron en aquel momento no lo olvidan; quienes no habían nacido o eran demasiado pequeños para comprenderlo han aprendido a despreciarlo, sin más. No hay en el Camp Nou nadie que pueda perdonar lo que aquello significó.
El portugués era “uno de los nuestros”, consideración que siempre se ponía en el escenario. Sin ser canterano y a pesar de que su fichaje, en 1995, ya estuvo rodeado de polémica por una duplicidad de contratos con Milan y Parma, la adaptación de Figo al Barça y a Barcelona fue tan inmediata como absoluta. Íntimo amigo de Guardiola, líder en el vestuario, respetado por todos sus compañeros, admirado por los jóvenes y capaz de levantar la voz ante el mismísimo Van Gaal cuando consideraba, su figura provocaba unanimidad.
Así se explica que de un día para otro se convirtiera el en el personaje más odiado. “Solo se puede odiar tanto a quien has amado sin reservas”, se escuchó decir en el Camp Nou el 29 de julio durante la presentación de Marc Overmars, cinco días después de que Figo hubiera posado en el Bernabéu por primera vez como jugador del Real Madrid.
Su marcha dejó 60 millones de euros en las arcas del club azulgrana (miserablemente malgastados por el nuevo presidente Joan Gaspart) y una herida tan grande que dos décadas después sigue sin cicatrizar. El Barcelona estaba en plena ruta por el desastre, que se prolongaría hasta 2004, y la eclosión de los Galácticos, con Figo como protagonista estelar, fue si cabe más doloroso para una hinchada que, espoleada por una oportuna campaña mediática de los medios cercanos al Barça, le señaló como el gran traidor.
Si alguien pudo confiar en que el tiempo todo lo cura y que, de alguna manera, Figo pudiera reconducir su relación con el barcelonismo, con el paso de los meses se comprendió del todo imposible. “Ya formo parte de la familia del Real Madrid”. “Soy madridista”. “Acerté cambiando el Barça por el Real Madrid”. “En Barcelona deberían explicar muchas cosas”. “Con el Real Madrid he disfrutado del fútbol como nunca hice antes”… Sus frases, desde luego, no ayudaron a calmar los ánimos y el tiempo no hico más que aumentar ese desencuentro que, dos décadas después, sigue en el plano.
A su fichaje por el Real Madrid se sumó el derrumbe deportivo del Barça, el regreso al plano del victimismo histórico del club y la conversión de sus visitas al Camp Nou como merengue en la ocasión de plasmar ese odio visceral que provocó. Si en su primer encuentro, el 21 de octubre de 2000, tres meses después de su marcha, el 2-0 con que el Barça solventó el Clásico y el marcaje soberbio al que le sometió un jovencísimo Puyol le convirtieron en invisible, lo que sucedió dos años después provocó que, para siempre, la relación entre Figo y el Barça se rompiera.
Aquel 23 de noviembre de 2002 la bronca fue histórica y su respuesta a los pitos, llevándose el dedo al oído, no hizo más que aumentar la tensión. Hasta el punto que se le lanzaron objetos de todo tipo desde la grada, incluida una botella de whiksy… ¡Y una cabeza de cerdo!
Figo, que dejó el Real Madrid enemistado con Florentino Pérez en 2005, se retiró en 2009 como futbolista del Inter, pero antes, durante y después, hasta hoy, mantuvo el mismo discurso.
El Barça nunca le perdonó… Y él, sintiéndose maltratado con exceso, nunca se hizo perdonar.